domingo, 21 de septiembre de 2008

Son gustos que cambian...

Es verdad, matar insectos con un desodorante en spray y un fósforo siempre fue lo mejor. También es verdad que saltar sobre la cama hasta que esta se desarme, caigan las tablas, o simplemente te rompas algo también fue divertido. Clásicas formas de divertirse cuando eres un mocoso que lo único que quiere es que no llegue la hora de dormir porque no te gusta la noche, porque no te gusta estar solo, porque le tienes miedo a la oscuridad, o porque no te gusta dormir.

Vivir al costado de la playa por unos 10 años y que luego, habiéndote mudado, no te guste estar en ese espacio seco y mojado a la vez, lleno de cositas que salen de la arena mojada, es raro. Y lo digo porque me pasa y no tengo idea de porqué. Pasé mi niñez al lado de una playa, que considero genial.

Imaginen salir de casa todos los días para jugar en la playa en donde puedes hacer equilibrio en los muritos de arcilla, tratando de no caer a la vez que este se derrumba. Ahora imaginen ir a unas dunas, traparlas y dejar que el cuerpo acepte a la gravedad como lo que es para poder rodar y rodar hasta que esa insatisfecha alma de niño se canse. O sino imginen encerrar estupidamente cangrejos en castillos de arena, sabiendo que estos pueden escapar. No hay forma de que esto para cualquier niño no sea genial.

Bien, ahora lo que no puedo entender. ¿Por qué no me sigue gustando estar ahí? La respuesta nunca la sabré, pero puedo intuir algunas cosas.

Sol, bendito seas por todo lo que ofreces, pero maldito seas por las quemaduras y por las malas noches con espaldas rojas intocables. Así es, empiezo a recordar a mi madre con leche de magnesia entre su mano y mi espalda en plena madrugada, simplemente porque no podía dormir.

Sí, es divertido jugar algún partidito en la playita, agarrar un par de raquetas y empezar a golpear la pelota, corriendo y corriendo en la arena. Pero no es divertido ensuciarse la cara con arena en el preciso momento que no tienes como limpiarte, porque tus manos, tu polo, tu short, tu antebrazo o lo que fuese están tan o más sucios que tu desesperado rostro que solo espera que los ojos estén limpios de una maldita vez. Ahora sí, imagínense caminando sin ver, con arena dentro de los ojos, y sin cómo limpiarse.

Un par de veces soñé con algún tsunami o algo parecido. Una ola gigante chocaba justo con la ventana de mi cuarto, que por cierto tenía una estupenda vista al mar, todo se innundaba y poco a poco el aire dejaba de existir. No tuve traumas, pero sí viví con una idea tan escalofriante como ese truquito de girar la cabeza de la chica del exorcista.

En fin, no me gustan muchas cosas de una playa. No sé si pueda gustarme en algún momento, pero la puedo pasar bien. Con bloqueador y algo con que limpiarme los ojos suficiente. Y por supuesto con alguna ruta de escape en caso de algún tsunami o algo parecido.